lunes, 17 de septiembre de 2018

Brotaban

Sólo llevaba un corazón roto mojado por la lluvia de Septiembre, la amargura de una espera impaciente y el eco de lo que un día me regalo el invierno. Entre la costura de mi ropa brotaban gusanos de arrepentimiento buscando escapar de la fractura de mi moral. Llevaba tanto dolor guardado en el pecho que cantarle al amor era una tortura fría. Sentía que alguien me había roto en pedazos para guardarlos en un frasco transparente y exponerme ante una sociedad incomprendida, una sociedad que se alimenta del dolor ajeno para sentirse menos rechazado, menos miserable.
Siendo un faro de luz para quien navegaba en mis aguas, no entendía la inmensidad de la oscuridad que existía  debajo del mar.
Siempre vistiendo con la sonrisa de un futuro incierto, con un pasado que voy conociendo en el presente, tanta basura debajo de la alfombra tenía que salir algún día y la estoy reciclando. Reciclo el recuerdo de tu sonrisa cada día lluvioso, reciclo tus mentiras para no ceder a la incertidumbre de un amor frustrado, reciclo mis caídas para no olvidar como levantarme y reciclo mi vieja historia, esa que siempre suelo contar a quien quiere conocer quien soy yo, o quien solía ser, pues tantas veces conté la misma historia que dejé de identificarme con la protagonista de esa historia tormentosa redactada por una niña de contrastes.
Y la tormenta transforma a quien se resiste a florecer, pues en tierra fértil nacen las gardenias y vuelan las libélulas, mi corazón era campo de guerra hasta que me hundí en el mar y su profundidad. Dejé de ser el faro de luz para ser la espuma del mar de los valientes, para acariciar el camino de los soñadores y llevarme conmigo la sal de sus lágrimas, encontré belleza en su melancolía, su dolor me recordaba la sensación de vivir. Y entre tanta tormenta, me hice viento para fluir con tu recuerdo.

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